Reto: Reescribiendo el cuento 2020

Hola, compis
Hoy vengo a participar con esta publicación en el reto #reescribiendoelcuento2020 que creó Andrea de @loslibrosdechaski

Para esta ocasión he decidido cambiar un poco el curso de las cosas de Ragvala, libro que no disfruté por varios motivos (podéis ver la reseña en el enlace), y aprovecho este reto para darle un poco la vuelta al asunto 😉

Espero que os guste. Tanto si os gusta como si no, espero vuestros comentarios 😊

#reescribiendoelcuento2020: Ragvala

Hacía ya una semana que Cora había sido raptada por K-Leb, el pretencioso Atlante que, en la ignorancia de creerse superior, tenía presa a Cora en uno de los aposentos de la corte en la Atlántida, a la espera que su psique cediera y de que la debilidad propia del género femenino se mostrase y aceptara entregarse a él.

Poco sospechaba K-Leb que, el día que raptó a Cora durante la celebración de la boda de su amiga, estaba raptando a una gyestza, integrante de las Fijdeas que habitan más allá del monte de la verdad y segunda en el orden jerárquico de su estirpe, pues Cora llevaba una semana planeando su venganza a la espera de poder obtener algunas hierbas o minerales que le permitieran potenciar su poder.

Pasaron diez días cuando K-Leb invitó a Cora a una cena real que servía a su vez como presentación de ella ante la corte como futura consorte del príncipe K-Leb. Tras el festín y aguantar ser exhibida como si fuera un trofeo, pues su “príncipe” se empeñaba en decir que era el destino el que le había indicado que ella debía ser su esposa.

Fue en el paseo por las instalaciones de palacio que Cora vio su oportunidad al fin. K-Leb le mostraba las habitaciones donde las sacerdotisas llevaban a cabo sus plegarias y aquellas en las que guardaban el Oricalco, el mineral sagrado de la Atlántida. Cuando K-leb hizo un alto en su tour, junto al monumento en honor a Poseidón, Cora decidió que era el momento. Sabiéndose deseada y utilizando la energía mágica que aún conservaba, K-Leb vio como las pupilas azules de Cora adquirían una preciosa tonalidad morada iridiscente. Cora posó una de sus manos sobre la espalda de K-Leb y la otra sobre su poderoso pecho. Sosteniendo la mirada del atlante lo sometió a su voluntad utilizando el influjo propio de las gyestza. Así, de la mano, entraron en la sala donde el Oricalco se almacenaba y K-Leb ordenó al guardián de la puerta que se retirase. Cora cogió unos cuantos cristales y los guardó entre sus ropas. Una vez hecho esto, K-Leb la acompañó de nuevo a sus aposentos y le deseó buenas noches.

Pasaron dos semanas más y Cora ya parecía haber establecido una buena relación con la reina regente, de la que parecía gozar de su confianza, y K-Leb estaba feliz pues Cora, sin haber aceptado aún su propuesta en firme, al menos parecía más predispuesta y no dudaba que era cuestión de días que la hembra humana acabase aceptando su destino.

Y, entonces, sucedió. A pesar de estar sumergidos en el océano a cientos de kilómetros de la superficie, la cuarta luna llena del año brillaba en ese momento en el cielo, y Cora había estado trabajando en un colgante construido con Oricalco que iba a utilizar en ese momento.

Comenzó a lanzar su conjuro, invocando el poder de su clan y el de sus predecesoras hasta que sucedió. Sus ojos se encendieron, su temperatura aumentó y su piel parecía emitir una bella aura dorada. Poco después el colgante de Oricalco brilló con una potente luz azul que, proyectada, abrió frente a ella un portal que la llevaría directamente a su hogar. No dudó y avanzó hasta entrar en él pero, entonces tuvo lugar algo que ella no había tenido en cuenta: K-Leb que entraba en ese momento en sus aposentos vio la escena y, corriendo, entró tras ella.

Aparecieron los dos en el hogar de Cora, donde K-Leb se vio inesperadamente… solo. Solo rodeado de un numeroso grupo de mujeres del clan, en un lugar en las montañas muy alejado del mar. Mar sin el que K-Leb no podía sobrevivir más de tres días. El destino a veces es caprichoso y, en esta ocasión, era él el que en contra de su voluntad se hallaba solo y lejos de su hogar. Pues ahora no solo su vida si no que, el mismo destino de la Atlántida, estaba ahora en las manos de Cora y los suyos. Así, sin saber qué iba a ser de él y de la ciudad sumergida, Cora ordenó al cuerpo de guardias que apresaran al Atlante y lo llevaran al mejor de los calabozos, a la espera de que el consejo se reuniera y decidiese que hacer con él pues, más allá de su voluntad, la realidad es que la energía del Oricalco estaba agotada y no sabía si podrían abrir otro portal de vuelta a la Atlántida.

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